lunes, 12 de abril de 2010
EL FARO
El topónimo Trafalgar proviene del árabe andalusí t(a)ráf al-(a)gárr, traducido como “el cabo blanco brillante”. Con anterioridad, parece ser que fue la voz Beca, derivada del céltico “el pico”, lo que designó al accidente geográfico que los árabes denominaron Trafalgar.
Autores como Avieno, en su Ora marítimas, o Mela, en su Chorografia, citan al Promontorium lumonis, lugar que se identifica con el cabo de Trafalgar y en el que existió un templo dedicado a la diosa Juno, del que no se conservan restos, aunque algunos buceadores aseguran haber visto restos de construcciones en aguas próximas al cabo. En cambio, si se conservan restos de una factoría romana de salazones, yacimiento arqueológico datado entre la segunda mitad del siglo I antes de Cristo y la primera mitad del siglo II después de Cristo. Esta factoría de salazones estaría formada por dos núcleos, con una separación entre ambos de seiscientos metros.
El primero de ellos está situado en la costa este del cabo, a unos cinco metros sobre el nivel del mar. El segundo núcleo, en la actualidad sepultado, se encuentra a seiscientos metros en dirección norte-noreste del primero, y a cincuenta metros de la playa.
Esta fábrica de salazones representaría un hito más en la serie de factorías de las que se tiene constancia en el litoral andaluz, si bien le otorgan cierta singularidad las características de su segundo núcleo (emplazamiento, estructura, etc.).
Justo en el extremo del cabo observamos dos construcciones de singular interés, los restos de una torre y un faro. Comencemos por aquella, conocida como la torre de Trafalgar, si bien su nombre primitivo fue el de torre de Meca. El duque de Medina Sidonia mandó construirla a mediados del siglo XVI con la finalidad fundamental de proteger sus importantes pesquerías en la zona (algunos autores remontan su antigüedad a época árabe). A comienzos del siglo XIX ya se encontraba en ruinas, siendo derribada en 1860 para aprovechar sus materiales en la construcción del faro. Durante todo el siglo XX y hasta nuestros días no han cesado el proceso de deterioro y el abandono de los restos de la torre.
La torre de Trafalgar, tal y como se conserva en la actualidad, es una edificación de planta cuadrangular y con potente alambor que se asienta sobre zapata de sillería. Ésta sustenta unos gruesos muros construidos con mampuestos, salvo en las esquinas, donde se utilizan sillares colocados a soga y tizón. A nivel de suelo encontramos la puerta de acceso, que da paso a una estancia rectangular. Probablemente esta estancia constituyese uno de los dos pisos abovedados con los que contaba la torre en su origen, según indica un documento de 1815. En ella se aprecian los restos del arranque de la bóveda, no quedando ninguno de la escalera que comunicaba ambos pisos. Otro aspecto sobre el que también existen dudas es el de la puerta de acceso, pues cabe la posibilidad de que la entrada primitiva estuviese en alto, habiéndose abierto la que hoy conocemos con posterioridad.
Pero si hay un elemento característico de la fisonomía de Trafalgar ese es su imponente faro. La traza original del mismo se debe a Eduardo Saavedra Moragas (1829-1912). Autor también del proyecto del faro de Chipiona, en colaboración con Rafael Navarro, Antonio de Palacio y Manuel García, alumnos de la Escuela de Caminos. Las obras se llevaron a cabo entre 1860 y 1862 y en ellas, como ya hemos comentado, se aprovecharon los materiales de la torre almenara, situada a escasos metros.
Saavedra proyectó un faro de treinta y cuatro metros de altura cuyo elemento más señalado era el fuste, un cuerpo de forma troncocónica de veintinueve metros y medio construido con sillares vistos. Sobre él, otro cuerpo, esta vez cilíndrico y de ciento ochenta y cinco centímetros, sostenía la linterna. Este era el aspecto original del faro hasta que la instalación en 1926 de una nueva luminaria hizo necesaria su modificación.
En efecto, ante el mayor peso de la maquinaria hubo de reforzarse la torre, pues peligraba una estabilidad ya de por sí precaria debido a los temporales de viento. Las obras se llevaron a cabo en 1929, siguiendo un proyecto del ingeniero Carlos Iturrate, quien optó por adosarle contrafuertes que se unían en su parte superior mediante actos apuntados. Desde entonces quedó configurada, más o menos, la imagen que en la actualidad presenta, rebosante de plasticidad y nitidez, gracias,respectivamente, a los claroscuros causados por los contrafuertes y al encalado final.
El faro, que hoy en día sigue funcionando como tal, se iluminó por primera vez el quince de julio de 1862. Su luz, con un alcance aproximado de diecinueve millas, la producía un aparato óptico de segundo orden, el cual, tras unas modificaciones realizadas en 1936, se convirtió en un aparato de primer orden, hecho que supuso un notable aumento en el alcance de su haz luminoso, en torno a las cuarenta millas (75km).
AUTORES: Nati y José Luís

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